31 dic 2012

In Memoriam



LA LARGA TARDE DE ANTONIO RIVERA

Antonio Rivera Losada falleció en un día como otro cualquiera. Su  enterramiento tuvo lugar en su villa natal rodeado de parientes y amigos y, en general, de vecinos de Mera y de otras partes de este Municipio donde se le admiraba, se le respetaba y se le quería. La iglesia parroquial cuyo retablo mayor preside un Santiago ecuestre no dio cabida a toda esa gente reunida para pedirle al Dios misericordioso que lo acoja con el mismo cariño con que acoge a sus elegidos, a los heraldos de la Paz como él mismo era.

Un conjuntado grupo coral  interpretó  varias composiciones alguna de las cuales revelaba que “La paz no cae del cielo /  La paz no surge del mar / La paz brota muy adentro / La paz es cuestión de amar”. He aquí un canto con raíces en su corazón. Digo esto plenamente convencido de que nuestro amigo fue la representación más genuina de la Paz, esa gran virtud que da sosiego al ánimo. Un  don que, sin siquiera pretenderlo, llevaba a todas partes consigo. Fueron instantes muy emotivos.

No suelo escribir esquelas funerarias. Familiares y amigos se fueron sin haberles dedicado una línea, con mi corazón lacerado. Sin embargo hoy, de pronto, cumplo con la excepción que confirma la regla y acepto libremente la misión que me impongo: Dedicarle un recuerdo al amigo. Para ello tan sólo bastarán unas líneas fáciles de redactar, pues no tendré más que llamar por las palabras precisas las cuales vendrán  ordenadas por su mano experta. Ellas servirán para expresar mis sentimientos e hilvanar este apretado  introito.

Mi encuentro con Antonio no tiene la profundidad en el tiempo que pudiera deducirse del mutuo conocimiento de nuestros mayores. Sin embargo, esta circunstancia  no me impide destacar lo que creo que es un signo fundamental de su personalidad, cuya esencia trasmitía siempre en sus conversaciones y quehaceres. Persona de intachable y pacífica dignidad, con aquellos sus blancos cabellos semejaba ser un árbol frondoso de fresca y abundosa savia, cuya copa solidaria a todos daba cobijo.

Su indudable capacidad literaria la puso de manifiesto en libros y colaboraciones para la prensa y radio, es merecedora de todos los parabienes. Lo mismo digo de su pulcro y bello estilo, lo que al decir de Séneca es el vestido del pensamiento. Pero no voy a relatar aquí sus méritos literarios muy ligados a su vida mundana  dedicada a encontrarse a sí mismo. Otros los cantarán con más y mejor criterio que el mío. Si mi intención hubiera sido esa,  me hubiera bastado con reproducir sus amigables conversaciones donde fluían los mil escenarios sobre los que cristalizaron sus sueños. En ellos bullían los extraños mundos que para sí se fabrican los grandes soñadores.

Mis letras sólo intentan vislumbrar su rica personalidad a través de sus valores humanos, con los cuales se mide la estatura moral de las personas. Me serviré para eso de sus propias palabras y podré así terminar tal como empecé. Son las de uno de sus últimos artículos, en el cual situado “en una tarde como otra cualquiera” (título de su columna en La Voz de Ortigueira), narraba el sosiego de una tarde tranquila que, decía,  “hoy tiene para mi un cierto encanto que tal vez en mis años de juventud no tendría. Ahora, en que esos años han huido y convertido sólo en recuerdos, mi mayor afán es que mis tardes transcurran iguales unas a otras. Como la de hoy mismo”. Con estas palabras soñadoras, cierro los ojos para  verlo mejor en esa tarde que no tiene fin, sentado en un celeste banco azul al lado del Padre. Es la misma e interminable tarde en la que, según versificaba Antonio Machado, confiamos / en que no será verdad / nada de lo que pensamos. Laus Deo.  

Alfredo TORRES PAJON
Farmacéutico

Publicado en La Voz de Ortigueira (Nº 4475, de 5 abril 2002)

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